El menú de Acción de Gracias no nació en 1621, sino de una mezcla de tradición colonial, una escritora del siglo XIX que estandarizó la cena y la industria alimentaria que consolidó sus sabores.
Hale escribió durante décadas sobre cómo debía lucir una cena “americana”: pavo asado, relleno de pan y hierbas, vegetales horneados, salsa de arándanos, puré de papa y pastel de calabaza. Sus artículos en Godey’s Lady’s Book, la revista femenina más influyente de su tiempo, moldearon el paladar de todo un país. Cuando Abraham Lincoln oficializó la festividad en 1863, el menú ya estaba decidido. El resto lo haría la industria alimentaria en el siglo XX, desde los famosos arándanos enlatados hasta la icónica green bean casserole creada por Campbell’s en 1955.
Aunque en 1621 sí hubo aves salvajes, el pavo se convirtió en el protagonista por razones prácticas: era abundante, barato y lo suficientemente grande para alimentar a familias numerosas. Hale lo promovió como el emblema perfecto de unidad nacional. Desde entonces, el pavo asado —relleno, ahumado o incluso frito— es el corazón de la celebración.
El relleno de pan, mantequilla, hierbas y vegetales proviene de las tradiciones culinarias inglesas del siglo XVII. Comúnmente usado para aves festivas, su sabor reconfortante y su versatilidad lo colocaron como acompañamiento obligado. En el sur nació la versión de cornbread stuffing, mientras que en Nueva Inglaterra se incorporaron ostiones, reflejo de los ingredientes locales.
Las papas no figuraron en el banquete de 1621, pero se volvieron esenciales en los siglos posteriores. Su textura cremosa absorbía los jugos del pavo y el gravy, lo que las convirtió en un acompañamiento indispensable. Su simplicidad y abundancia reforzaron su papel en la mesa.
Los arándanos son nativos del noreste estadounidense, por eso están ligados a esta festividad otoñal. Sin embargo, su popularidad explotó hasta el siglo XX con la comercialización de arándanos enlatados por Ocean Spray. Su acidez limpia el paladar y aporta el contraste perfecto al pavo y al relleno.
En muchas mesas aparece el famoso sweet potato casserole, a veces cubierta con malvaviscos. Aunque hoy se considera “clásico”, nació de campañas publicitarias de fabricantes de malvaviscos en la primera mitad del siglo XX. Con el tiempo se convirtió en un acompañamiento icónico, especialmente en el sur.
Este platillo creado en 1955 por Dorcas Reilly para Campbell’s buscaba promover el uso de sopa de champiñón enlatada. La fórmula —ejotes, crema de champiñón y cebolla frita— se volvió tan popular que hoy es parte del ADN culinario del Día de Acción de Gracias.
La calabaza sí estaba presente en 1621, pero no en forma de pie. El pastel de calabaza nació después, cuando hornos y azúcar fueron más accesibles. Sus especias —canela, clavo, jengibre, nuez moscada— evocan el otoño estadounidense y lo consolidan como el postre más emblemático de la temporada.
Aunque existe un menú “central” nacional, cada región imprime su herencia: en el sur se sirve mac & cheese y sweet potato pie; en Nueva Inglaterra, stuffing con ostiones y arándanos frescos; en el suroeste, pavo con chile y rellenos con jalapeño o elote. Lo que une a todas estas variaciones es la misma idea: compartir un banquete que celebra la cosecha, la memoria y la identidad estadounidense.



